(enlace a Renovación y restauración I)
Según la Real Academia Española, la palabra RENOVACION tiene los siguientes significados, entre otros: hacer como de nuevo algo, o volverlo a su primer estado; dar nueva energía a algo, transformarlo. Y la palabra RESTAURACION tiene los siguientes: recuperar o recobrar; reparar, renovar o volver a poner algo en el estado o estimación que antes tenía.
Todos estos significados me recuerdan mucho la obra que Dios llevó a cabo a través de Nehemías y Esdras, poniendo las bases del judaísmo en un momento crucial para el pueblo de Israel. También en la historia de la Iglesia ha habido momentos cruciales en los que el Señor ha suscitado una efusión especial de su Espíritu Santo, que buscaba una renovación y/o restauración en el Pueblo de Dios. La especial intuición del Santo Padre Benedicto XVI en estos momentos actuales le ha llevado a convocar el Año de la Fe (toda la información aquí), haciéndolo coincidir con el 50º aniversario del Concilio Vaticano II y con el 20º del Catecismo de la Iglesia Católica, como auténtico fruto del primero.
Estoy convencido de que hoy vivimos uno de esos momentos cruciales en los que no solo es necesaria sino urgente, una renovación y restauración en la Iglesia de Jesucristo del tercer milenio. El libro de Nehemías nos puede dar las pistas adecuadas para empeñarnos en esta hermosa tarea, comenzando por renovar nuestro propio camino de discipulado que se inició con nuestro bautismo y que nos disponía a atravesar «la puerta de la fe» (Hch 14,27), como ha dicho el Papa en su Carta Apostólica Porta Fidei.
Como en tiempos de Nehemías, hoy también se antoja una tarea urgente la reconstrucción de las puertas de la Iglesia, de manera que se puedan levantar muros y murallas consistentes que salvaguarden la identidad del Cuerpo de Cristo, llamado a una nueva evangelización que empuje a todos los cristianos a convertirse en misioneros y apóstoles que vayan al mundo entero para anunciar el Evangelio y encender una luz que no puede apagarse.
Parece ser que Nehemías llevó a cabo la reconstrucción de diez puertas de la ciudad de Jerusalén, según lo que encontramos mencionado en el libro del Antiguo Testamento que lleva su nombre. Jerusalén, en su tiempo, parece haber tenido también doce puertas como imagen de las doce puertas de la Nueva Jerusalén que se menciona en el último libro de la Biblia (Ap 21,12). Las dos puertas restantes no son mencionadas entre las que Nehemías llegó a reconstruir, aunque se pueden encontrar en otros capítulos del mismo libro: 8,16 (la Puerta de Efraín) y 12,39 (la Puerta de la Cárcel o de la Prisión).
Creo que hay lecciones importantes para nosotros en los nombres de estas puertas y al detenerme en cada una de ellas, es mi deseo que podamos hacer una aplicación práctica de la verdad que nos ofrece el libro de Nehemías para nuestras realidades eclesiales particulares y para la Iglesia universal:
– La Puerta de las Ovejas (Neh 3,1)
Esta puerta nos habla del sacrificio y de la cruz. Jesucristo es el Cordero sin mancha que se ha ofrecido en sacrificio por nosotros. Él ha venido a ser la puerta de las ovejas, como Él mismo afirmó: «Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos» (Jn 10,9). Nuestra vida debe descansar en Cristo y solo en Él, ya que es su sangre la única que nos puede limpiar de todo pecado (1 Jn 1,7).
– La Puerta de los Peces (Neh 3,3)
Esta puerta nos habla de la evangelización y enseguida nos recuerda la llamada que Jesús hace a Pedro y a su hermano Andrés: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres» (Mt 4,19). Parece que se nos ha olvidado que la razón de ser de la Iglesia es la salvación de las almas, llevar a los hombres y mujeres de todos los tiempos a Jesucristo, ir y anunciar la Buena Noticia a toda la creación. Hoy es urgente reconstruir esta puerta en la Iglesia por medio de una nueva evangelización, de manera que no tengamos que presentarnos ante el Señor con las manos vacías por no haber entregado gratis lo que nosotros hemos recibido gratis también.
– La Puerta Antigua (Neh 3,6)
Esta puerta nos recuerda que hay cosas que nunca pueden cambiar, ya que «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8). Es una llamada a permanecer en aquello que es desde siempre y que será por siempre, contenido en la Revelación y que tiene sus fuentes en la Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica y el Magisterio de la Iglesia. «Esto dice el Señor: Paraos en los caminos a mirar, preguntad por las rutas antiguas: dónde está el buen camino y seguidlo, y así encontraréis reposo» (Jer 6,16). A pesar de que hoy nos encontramos con diferentes y variadas teologías que pretenden usar como pretexto el Concilio Vaticano II para hacer una iglesia moderna con un evangelio que se ajuste a los nuevos tiempos, no podemos olvidar que hoy más que nunca debemos volver a las fuentes para ajustar nuestra vida al Evangelio de Jesucristo y nunca al revés.
– La Puerta del Valle (Neh 3,13)
Esta puerta nos sugiere la necesidad de la humildad para tomar el lugar que nos corresponde, de manera que el Señor sea glorificado siempre y en todo. Un valle es una depresión de la superficie terrestre, un lugar bajo; esto nos recuerda que todos pasamos por ahí en algún momento, cuando atravesamos alguna crisis. Sabemos que Moisés bajó al valle desde el Sinaí, además de Elías, el rey David y los mismos discípulos de Cristo, que también tuvieron que bajar de la altura del monte. No podemos olvidar que Dios también quiere darnos la victoria en medio del valle, como lo hizo con Israel ante los sirios. «Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes le aman, de quienes Él ha llamado de acuerdo con su propósito» (Rom 8,28).
– La Puerta del Muladar (Neh 3,14)
Este es el lugar por donde se sacaba la basura para que la ciudad no fuese contaminada. No era la puerta más atractiva ni agradable, pero ciertamente se trataba de algo necesario. Esta puerta nos recuerda que en todo lugar donde hay personas se genera desperdicio que es necesario alejar y echar fuera. San Pablo nos da un claro ejemplo en relación con los cristianos de Corinto (primera carta, cap. 5-6). «… purifiquémonos de toda impureza de la carne o del espíritu, para ir completando nuestra santificación en el temor de Dios» (2 Cor 7,1). Si olvidamos esto en la Iglesia y no hacemos justicia a la verdad, por el amor, no puede haber auténtica bendición. Hoy parece que falta discernimiento cuando no somos capaces de aprender a filtrar y ser más selectivos, para quedarnos con aquello que más edifica al Cuerpo de Cristo y que más glorifica a Dios.
– La Puerta de la Fuente (Neh 3,15)
Esta puerta nos recuerda la presencia del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y en la vida de cada creyente. En el encuentro de Jesús con la samaritana, junto al pozo (Jn 4,1-42), el Señor le habla de una fuente de agua viva que más adelante expresará, refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él (Jn 7,37-39). La Iglesia debe ser necesariamente carismática; es decir, debe estar siempre guiada por el Espíritu Santo o, en caso contrario, dejaría de ser la Iglesia de Jesucristo. «Si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo» (Rom 8,9). Nuestra conversión se inicia en el encuentro con Cristo, presente en su Iglesia, y va creciendo de la mano del Espíritu Santo que nos guía y nos conduce a la adoración verdadera.
– La Puerta del Agua (Neh 3,26)
Esta puerta nos habla del agua que alimenta al pueblo; es decir, los Sacramentos y la Palabra de Dios, que son el sustento para la vida de la Iglesia y los medios necesarios para nuestra santificación. «Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra» (Ef 5,26). En el capítulo 8 del libro de Nehemías vemos que «el pueblo entero se reunió como un solo hombre en la plaza que está delante de la Puerta del Agua y dijeron a Esdras, el escriba, que trajese el libro de la ley de Moisés que el Señor había dado a Israel» (versículo 1). Allí escucharon durante gran parte del día la Palabra de Dios, que supuso gozo y una gran bendición para todo el pueblo.
– La Puerta de los Caballos (Neh 3,28)
El caballo se asocia con la guerra y la con la batalla en la Sagrada Escritura, ya que se trataba del arma más sofisticada de la época. Por esta puerta cruzaba el ejército y nos recuerda el combate de la fe (2 Tim 4,7), que hoy debemos afrontar como soldados de Cristo, y la batalla espiritual en medio de la cual se encuentra la Iglesia (Ef 6,10-18). No podemos olvidar que somos un ejército entrenado para la guerra, ya que estamos bajo fuego contínuo y constante (1 Pe 4,12). La presencia de Satanás en la historia y en la Iglesia choca terriblemente con la pueril tentativa de los enemigos de Ella para minimizar e incluso negar la límpida realidad. Con tristeza y dolor se debe constatar hoy que no solo los tradicionales enemigos de Dios y de su Iglesia niegan su presencia, sino que hasta creyentes y ministros de Dios son escépticos e incrédulos, con grave daño para ellos en lo personal y gravísimo daño social. El Enemigo del hombre ha conseguido narcotizar muchas almas y muchos corazones, así queda menos contrastado su radio de acción. Esta puerta de los caballos solo puede ser atravesada por aquellos que son valientes y se ciñen como soldados de Cristo para gritar con fuerte voz: «¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!» (Ap 7,10).
– La Puerta Oriental (Neh 3,29)
Por esta puerta esperan que venga el Mesías y a nosotros nos recuerda el regreso del Señor, su Segunda y definitiva Venida. «El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión» (2 Pe 3,9). Estamos llamados a vivir nuestra vida como si fuera una trilogía; es decir, como si Cristo hubiera muerto ayer, hubiera resucitado hoy y fuera a regresar mañana. Necesitamos despertar y salir de nuestro letargo porque «la noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz» (Rom 13,12). Debemos vivir cada día preparados para salir a recibir al esposo (Mt 25,6), con plena confianza en Aquel que nos dirige las últimas palabras recogidas en la Biblia: «Dice el que da testimonio de estas cosas: Sí, vengo pronto. La gracia del Señor Jesús esté con todos» (Ap 22,20-21).
– La Puerta de la Vigilancia o de la Inspección (Neh 3,31)
Esta puerta nos recuerda que todos deberemos comparecer ante el tribunal de Cristo (2 Cor 5,10). Será como la puerta del juicio para el creyente, la última gran revisión en la que nuestra vida se mostrará tal cual. No esperemos a que llegue ese día, que antes o después llegará, sin hacer nada y tener que lamentar lo que pudo haber sido si nos hubiéramos entregado totalmente a Él. Rindamos hoy nuestras vidas ante Aquel que nos va a juzgar en el último día, el mismo que murió por nosotros en la cruz.
Onofre Sousa